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Velero argentino a la deriva, sin ayuda por temor de coronavirus

Velero argentino a la deriva, sin ayuda por temor de coronavirus

Fuente: zonacero.com 

Relato de marinero argentino: quedó a la deriva, sin ayudas por temor de coronavirus

No le permitieron atraque en puertos de La Guajira y Santa Marta para revisar la avería que finalmente condujo al encallamiento en Bocas de Ceniza. La Embajada de Argentina también lo abandonó.

Una dramática situación es la que vive Ramiro Catriel Gayoso, un politólogo argentino de profesión y marinero de afición.

El 13 de marzo de este año inició una travesía desde la isla de Aruba, en su velero “Aquarelle”, pensando, quizás, en una nueva aventura de viaje y de conocer nuevos paisajes y horizontes.

Desafortunadamente su objetivo no se cumplió. Por el contrario, se le convirtió en una verdadera tragedia.

En su trayectoria recibió el rechazo de ingresar a puertos de La Guajira y Santa Marta para revisar la embarcación que registraba una avería y ponía en riesgo el viaje.

Alcanzó a llegar hasta la zona próxima de Bocas de Ceniza, pero la avería era de tal magnitud que quedó a la deriva y la embarcación quedó encallada.

Alcanzó a ser rescatado por guardacostas de la Armada Nacional y personal de la Dimar, lo cual tampoco fue suficiente para su suerte.

Sufrió el rechazo en tierra. Le negaron el alojamiento a él su acompañante. Y cuando lo lograron intentaron regresar a la embarcación. La sorpresa fue mayúscula. La habían saqueado e incendiado y ahora seguía a la deriva, pero en tierra.

El propio Ramiro Catriel Gayoso entregó el relato de la dramática situación en que se encuentra, desde que salió de Aruba hasta ahora que se encuentra en Barranquilla, víctima del efecto colateral por el coronavirus, abandonado incluso por la Embajada de su país y que invoca la solidaridad ciudadana para poder regresar.

Conociendo, respetando y acudiendo al espíritu solidario de muchos seres humanos que leerán la situación desesperante por la cual estamos pasando, paso a contarles que somos dos argentinos que nos encontramos hoy en cuarentena en la ciudad de Barranquilla, Colombia. 

El 13 de marzo pasado a las 18:13 hrs. zarpamos desde la isla de Aruba en nuestro velero de nombre “Aquarelle”, con destino a la ciudad de Panamá. El sistema de navegación que utilizaba (Navionis) me indicaba como primer puerto de amarre, el Puerto Bolívar, para lo que iban a transcurrir aproximadamente 26 horas de viaje. 

Fue así que efectivamente llegamos a Puerto Bolívar (municipio de Uribia, departamento de La Guajira), pero no teníamos conocimiento que se trataba de un puerto privado. Dadas esas circunstancias, no nos dejaron atracar y nos enviaron una unidad de guardacostas de la Armada Nacional Colombiana, quienes tomaron nuestros datos, documentación, y nos indicaron que debíamos hacer los trámites en la Oficina de Migración del puerto de la Bahía de Santa Marta, que era el próximo puerto. 

Fue así que nos direccionaron a fondear en un área permitida de la Alta Guajira, específicamente en el Cabo de la Vela, a donde llegamos a las 21 horas y donde pasamos la noche. 

En horas de la mañana del 15 de marzo iniciamos el recorrido que nos habían indicado los oficiales de la Armada para llegar a Santa Marta, a fin de cumplimentar las directivas que nos había impartido. Ya en viaje, el motor de la embarcación comenzó a presentar un recalentamiento y para su preservación, continuamos a vela. 

Una vez llegados a la ciudad de Santa Marta (pasadas ya 28 horas de viaje desde Cabo de la Vela), más allá de hacer los trámites migratorios, precisábamos revisar el motor de la embarcación que, como antes dije, recalentaba. También queríamos descansar y abastecernos de lo indispensable para seguir nuestro rumbo. 

Al ingresar a puerto, tomamos contacto vía radiofrecuencia (V.H.F) con la Capitanía del Puerto, a quien le explicamos nuestra urgencia, es decir, fuimos muy claros al expresarles que nuestro velero se encontraba dañado y que con él no podíamos continuar viaje sin antes arreglarlo, pero pese a ello, nos dijeron que por orden presidencial no podíamos ingresar y amarrar, debíamos continuar hacia Panamá “sin tocar territorio colombiano”. Ante nuestra situación y sabiendo por experiencia que si continuábamos de esa manera corrían peligro nuestras vidas, era exponernos a un naufragio seguro, decidimos ingresar a la Bahía de Santa Marta para que las autoridades pudieran constatar nuestra urgencia, es decir, el daño mecánico que presentaba nuestro velero, y además lo hicimos teniendo en cuenta que teníamos conocimiento que los convenios internacionales y los protocolos de la OMI, y otros, son claros al resaltar que “la vida de las personas del mar debe ser responsabilidad de todos los Estados”. 

Sin perjuicio de ello, continuaron vía radial ordenándonos que nos retiráramos de allí, pero no íbamos a lanzarnos a la mar sin la mínima posibilidad de supervivencia, por lo que seguimos sin acatar la orden. Ante ello, enviaron una lancha con personal de guardacostas de la Armada Nacional, quienes armados nos obligaron a retirarnos pese a nuestra insistencia en que reconsideraran la situación, teniendo en cuenta el peligro de vida que corríamos en caso de acatar sus órdenes. 

En ningún momento el personal de la Armada abordó nuestro velero para constatar la falla o hablar calmos con nosotros, les repetíamos que necesitábamos llegar a puerto para revisar la nave, que el motor se encontraba con fallas, pero pese a ello, y a que en todo momento les solicitábamos ayuda, se negaron y repetían que abandonáramos el lugar, es decir, hasta acá las instituciones colombianas que debían preservar nuestras vidas por encontrarnos navegando en sus aguas, no nos permitieron realizar maniobra de atraque alguna, ni en Puerto Bolívar, ni en La Guajira, ni en la Bahía de Santa Marta, cuando ésta última “es una bahía apta para ello”, y además es al lugar que en un primer momento nos envió la misma Armada Nacional que nos interceptó en Puerto Bolívar, y yo como capitán de mi embarcación seguí sus directivas y siempre me sentí seguro al saber que estaba obrando tal cual me indicaban. Confié siempre en ellos y seguí al pie de la letra sus indicaciones hasta llegar a Santa Marta.

En contra de nuestra voluntad volvimos a emprender viaje, siendo las 15:30 horas del 16 de marzo (hasta aquí llevávamos ya 30 horas de navegación, desde Cabo de la Vela), volvimos a revisar nuestra carta náutica y quedaba en el recorrido el puerto de Cartagena, hacia donde intentamos dirigirnos. 

Alrededor de las 19:30 horas y a la altura del municipio de Ciénaga, también en Colombia, nuestro motor daba muestras mecánicas de expirar, por lo que decidí solicitar ayuda a la capitanía más cercana, la de Barranquilla, quienes me respondieron que por el estado del velero no debía intentar acercarme al puerto de Barranquilla, debido a las condiciones adversas que presentaba. 

Como era de esperarse, el motor dejó de funcionar. Ante ello intenté maniobrar mi nave con 30 nudos, y olas de 3 metros, lo cual fue imposible, pero como pude logré dejarme llevar por las mismas olas y encallé en la playa Bocas de Ceniza (Lat. 11° 4.912’ N – Long. 74° 47.079’ W), para eso ya eran aproximadamente las 22:00 horas. Continué en comunicación con la capitanía del puerto de Barranquilla, insistí en la solicitud de auxilio, temía fuertemente por nuestras vidas, estábamos en la oscuridad total, después de pasar 40 horas navegando, miedo, hambre, frío, no saber dónde nos encontrábamos, improvisamos un campamento con elementos de la embarcación, hasta que por suerte amaneció (6:30 hrs). 

Se acercaron dos pescadores, quienes al ver en la deplorable situación en la que nos encontrábamos, nos brindaron alimentos y bebidas calientes.

Recién a las 9:00 horas llegó el personal de guardacostas de Barranquilla. Eran dos oficiales que se pusieron en contacto con las autoridades departamentales y que luego de indicarnos que debíamos seleccionar qué pertenencias nos llevaríamos, nos hicieron realizar una caminata que duró aproximadamente 3 horas, hasta que llegamos a un punto del río Magdalena, donde nos aguardaba una embarcación de guardacostas con las autoridades de Migración, de Gestión del Riesgo, Salud Departamental y Salud Distrital. Recién allí recibimos primeros auxilios. También constataron si presentábamos signos y/o síntomas del coronavirus. Tras ello nos dirigimos a la capitanía de puerto Dimar (Dirección Marítima), donde estuvimos aproximadamente seis horas a la espera de una ambulancia que finalmente llegó a las 18:00 horas, y nos trasladó a la clínica “La Asunción”, donde nos atendieron, llevaron a cabo el protocolo del Covid, pero sin tener un área determinada para asignarnos y pasar la cuarentena o por lo menos esperar los resultados. 

Al ser dados de alta, nos vimos obligados a conseguir un sitio donde quedarnos en un país donde no conocemos a nadie y no contamos con dinero porque todo lo perdimos en el naufragio. Intentamos en reiteradas ocasiones comunicarnos con la Embajada Argentina, y recién después de dos días lo logramos, pero no nos dieron solución alguna, solo se limitaron a recibir nuestra información, muy a pesar de nuestros ruegos solicitando ayuda. 

Lo peor es que pese a todo lo que ya habíamos vivido, desconocíamos que nuestro viacrucis apenas empezaba, unas personas que por suerte se solidarizaron con nosotros intentaron ayudarnos, y fue a partir de ello cuando comenzamos a sentir el rechazo y el trato discriminatorio hacia nuestras personas: nadie nos quería recibir en ninguna parte, cuando nos veían nos miraban despectivamente. 

En un condominio de apartamentos logramos acordar con una propietaria alquilar un departamento, pero la administración al tomar conocimiento, pese a que estábamos próximos a la madrugada decidieron sacarnos a la calle por “ser extranjeros” dejando nuestras pocas pertenecías dentro de la propiedad. 

Tuvimos que dormir en la calle, sobre unos cartones, esperar nuevamente el amanecer, lograr recuperar nuestras pertenencias e irnos. Nos encontrábamos una vez más, sin techo, sin barco, desamparados. 

Con el correr de las horas, ese mismo día conseguimos otro apartamento. Una vez instalados decidimos volver hacia la embarcación (una semana después del encallamiento), con la esperanza de encontrar alguna pertenencia u objetos de valor que nos permitiera aliviar un poco esta difícil situación, pero al llegar al sitio, sólo quedaban vestigios de lo que habían sido mis ahorros de casi más de diez años, mi velero, mi sueño, sentí que me derrumbaba, volvía a morir, lo habían saqueado y lo habían quemado como para no dejar rastro alguno, ya nada quedaba de él, sólo podía verse lo que en algún momento había sido el casco de mi nave. 

Gracias a Dios ya me dieron los resultados de los exámenes médicos y salieron negativos al Covid-19. 

Acudo a la solidaridad y al buen corazón de todos ustedes, soy un ser humano, profesional, politólogo de profesión y capitán de motonaves, con un espíritu bohemio, el cual me ha llevado a estar en muchos países. Jamás pensé encontrarme en una situación tan deplorable, alejado de mis afectos, y mucho menos abandonado por mí propio país (Argentina).

Quienes han navegado, saben que el mar, los océanos, son  un mundo mágico que nos permite vivir de forma extrema, cuando salimos de un puerto nos entregamos a nuestras creencias, experiencias y experticias, direccionado por los astros y nuestra brújula, con un destino incierto, son muchas las variables a las cuales nos enfrentamos, climatológicas, atmosféricas y de salud, por este medio acudo a su sentir humanitario, después de perder todo lo material, dándole gracias al creador, por permitirnos conservar en este tiempo de crisis, lo más valioso nuestra vida, su colaboración y ayuda, con lo que esté a su alcance, debemos pasar cuarentena sin recurso alguno, con la firme convicción que saldremos adelante y volveremos a emprender nuestro rumbo. 

Ramiro Catriel Gayoso, DNI 32865314 – Capitán del Aquarelle. –NM 1032-.

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Ahora, con lo sucedido, Ramiro Catriel Gayoso cuestiona: “Lo que Colombia se llevó. ¿Se pudo evitar? ¿Hubo abandono de persona? Las Embajadas, ¿un lujo o una necesidad? ¿Operativas o decorativas?

“La vida es un derecho fundamental. ¿Papel o realidad?”.

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