Veinticinco de los navegantes oceánicos más bravos del planeta zarparon el pasado lunes de Plymouth (Inglaterra) para poner las proas de sus embarcaciones rumbo a Nueva York (EEUU). Se trata de la decimocuarta edición de The Transat bakerly, una regata transoceánica en solitario de 3.050 millas náuticas en la que las máquinas más avanzadas tecnológicamente luchan por ser los primeros en devorar el Atlántico Norte. Loïck Peyron (Nantes, 1959) tampoco ha querido perderse la cita. El francés es uno de los regatistas oceánicos más laureados, tanto en monocascos como en multicascos, pero esta vez no lleva colgado el cartel de favorito. De hecho, para ver su posición hay que echar la vista abajo, muy abajo, en la clasificación. Y, sin embargo, es el más feliz de la flota.
El genio de Nantes no compite a bordo de un gigantesco trimarán ni en un ultramoderno IMOCA 60. Lo hace a bordo del Pen Duick II, el velero con el que el legendario Eric Tabarly conquistó en 1964 esta misma competición, entonces conocida como OSTAR. Peyron, que ha ganado tres veces la Transat y posee el actual récord, está navegando con la tecnología de la época, sin GPS ni avanzados sistemas informáticos. Se orienta a través de las estrellas con la ayuda de un sextante y de otros artilugios que muchos de sus rivales no saben ni cogerlos correctamente.
“Hace muchos años que quería cruzar el Atlántico de la misma manera que lo hice la primera vez con 19 años, compitiendo en la Mini Transat con sólo un sextante y un sistema de dirección”, explica Loïck Peyron. “Pero necesitaba un motivo, y ¿qué mejor motivo que un tributo a los maestros de la vela y a leyendas del pasado como Eric Tabarly? Así que pregunté a los propietarios del Pen Duick II si podía navegar en la The Transat bakerly de la misma forma que lo hizo Tarbarly hace 50 años”.
El Pen Duick II luce las mismas velas, el mismo aparejo y la misma tecnología que empleó su patrón original. Sólo un equipamiento de seguridad moderno rompe la armonía de un viaje al pasado sensacional. “Todo es superlento, así que me llevo muchos libros”, bromea Peyron.
“A veces es muy agradable reducir la velocidad en la vida; te da la oportunidad de explorar y apreciar el barco y la belleza de la vela, no importa el tamaño o la velocidad, te importa el barco en sí mismo”.
El objetivo del navegante francés es llegar a Nueva York en menos de los 27 días que Tabarly empleó en 1964. Por ahora, comenzó como se esperaba, en la cola de la flota. En el primer parte de posiciones de la The Transat bakerly, un par de horas después de celebrarse la salida, Loïck Peyron era último, navegando a poco más de seis nudos de velocidad (se prevé que como máximo pueda ir a 10 nudos) y a 30 millas del primer líder de la regata, el gigantesco trimarán Macif de François Gabart. Y, sin embargo, Peyron era el patrón más feliz del mundo.
No es la primera vez que el de Nantes se prepara para un reto vintage de este calibre. En 2014 tenía previsto competir en la Ruta del Ron a bordo del ‘Happy’, un viejo trimarán de madera, gemelo del barco con el que en 1978 Michael Birch ganó la primera edición de aquella prueba. EN el último momento tuvo que abandonar el proyecto al ser reclutado para gobernar el Banque Populaire VII, uno de los multicascos más grandes y potentes del mundo. Aquella vez no pudo “sentir otra vez las emociones de no estar seguro de dónde estoy ni de cómo serán las condiciones meteorológicas que me esperan”, como reconocía entonces
Que nadie piense que este desafío es una especie de última travesía para el francés. En cuanto finalice la prueba transoceánica, Peyron volverá a centrarse en los barcos más modernos del mundo, asesorando al equipo sueco de la Copa América y desarrollando un proyecto para batir el récord del Trofeo Julio Verne que él mismo defiende. Como él mismo afirmaba para justificar su apuesta por las viejas glorias flotantes: “Creo que la mejor manera de tener una buena visión del futuro es respetar el pasado”.