Puede que su nombre no resuene tanto en Río como el de Usain Bolt, Michael Phelps o Simone Biles, pero es sin duda uno de los protagonistas de los Juegos Olímpicos. Y es que la del regatista argentino Santiago Langeno es una historia más de un gran campeón. La suya es la historia de una pasión capaz de superarlo todo: los obstáculos, el tiempo y hasta la más dura de las enfermedades.
Detrás de las arrugas del rostro de este hombre de 54 años, que este martes se colgó la medalla de oro junto a su compañera Cecilia Carranza en la clase Nacra 17, están guardadas mil batallas en el mar. Río 2016 es susexta participación en los Juegos, y en su vitrina guarda dos bronces, ganados en Atenas y Pekín, ambos en la categoría Tornado. Pero su valía en cualquier cosa que flote y que esté propulsado por el viento también le ha llevado a obtener un palmarés al alcance de unos pocos privilegiados en vela ligera y de crucero, lo que le llevó a participar incluso en la madre de todas las regatas: la Copa América.
En la Medal Race, la gran final donde sólo compiten los 10 mejores clasificados, a la pareja Lange/Carranza le bastó con cruzar la línea de meta en la sexta posición para imponerse por delante de los barcos de Australia (Jason Waterhouse y Lisa Darmanin), plata, y Austria (Thomas Zajac y Tanja Frank), bronce. “Buscaba una medalla de oro desde los 80, he pasado mucho tiempo luchando por esto”, dijo después de lograr este hito en lo que calificó con una “regata muy dura”.
Pero esta medalla que acaba de lograr en la bahía de Guanabara es diferente a todas y no sólo por el color. “Estar acá es un regalo de la vida, soy muy afortunado de tener esta oportunidad”, aseguró tras acabar la serie previa de regatas en lo más alto de la clasificación.
Y es que a principios de 2015, y después de sentir que empezaba a enfermarse con cierta continuidad en sus viajes, Lange decidió consultar a los médicos. Le diagnosticaron cáncer de pulmón. “Aunque nunca fumé”, aclara. Entonces, Río de Janeiro desapareció de su agenda. “Durante seis meses me dediqué en exclusiva a mi enfermedad. Mi prioridad fue la salud y todo lo demás era irrelevante. Solo pensé y trabajé para operarme en el lugar adecuado y tomar las decisiones correctas, porque en realidad yo no me quería operar, no quería creerles a los médicos”, recuerda hoy, como quien habla de una vieja pesadilla.
Al final, se operó en Barcelona. Le extirparon un pulmón, le dijeron que todo había salido bien. Y a los 25 días ya estaba entrenando otra vez. “El único secreto -afirmó- es que amo lo que hago”.
La recuperación no fue sencilla. Lange tuvo que habituarse a respirar con un pulmón menos, a dosificar los esfuerzos. “En las primeras regatas que hice no me sentí bien, no estaba en una buena forma física y no podía saber cómo iba a estar más adelante. Pero Cecilia (Carranza) me invitó a navegar juntos, y acepté porque me interesó el Nacra y porque vi que tenía ganas de esforzarse”.
Cuenta que hay mucha diferencia entre respirar con dos pulmones que hacerlo solo con uno: “Tenía la suerte de contar con una gran preparación física durante muchos años. Pero hoy todo me cuesta más, como sacar el barco del agua por ejemplo. Por suerte navego desde que tengo seis años. Eso me da mucho oficio y hace que pueda regalarme el lujo de seguir navegando”.
A partir de ese momento comenzó una carrera contra el tiempo para llegar en condiciones a los Juegos. Allá por noviembre de 2015, Lange aseguraba que veía “difícil obtener una medalla”.
La saga Lange, compitiendo en Río
Hay algo más. En Río de Janeiro también están sus hijos, Yago y Klaus, compitiendo en la clase 49er. “Estar acá con ellos significa mucho para mí. Cuando eran chicos yo viajaba muchísimo para navegar; ahora la vela nos volvió a unir y eso es muy lindo y lo estoy disfrutando mucho”. La dinastía Lange, no obstante, comenzó antes ya que el padre de Santiago participó en los Juegos de Helsinki en 1952.
Por eso, confesó, están siendo unos días muy especiales: “Me emocioné en muchos otros Juegos, pero nunca lloré tanto como en estos. En la ceremonia inaugural, después de la ceremonia, la mañana siguiente cuando estaba solo, viendo navegar a mis hijos, en las entrevistas”.
Su historia, en el fondo, tampoco va a cambiar demasiado con el oro. Porque es una historia que explica qué significa el espíritu olímpico, y puede decirse que lo explica con exactitud quirúrgica.