Quico Taronjí: Relato de un náufrago
El español Quico Taronjí intentó unir, solo y a bordo de una pequeña embarcación, 4.500 kilómetros entre España y Marruecos. Pero en una tormenta y con vientos de más de 100 kms perdió todo, quedó náufrago y sobrevivió para darnos su relato en esta charla con El Intransigente / Alejandro Duchini.
La historia
El 26 de agosto de 2013, cansado de llevarse puesto y con ganas de probar una nueva vida, el español Francisco Gutiérrez Taronjí -desde ahora, Quico Taronjí- partió desde el puerto de Algeciras, Cádiz, a bordo de un kayak trimarán al que bautizó Aislado.
Su idea era navegar en solitario y a mar abierto cerca de 4.500 kilómetros hasta llegar a Marruecos. Pero el 10 de noviembre una tormenta y fuertes vientos le hicieron desistir de su operativo al acercarse a Túnez.
Las olas de entre 6 y 8 metros de altura le destrozaron la embarcación con la que tanto se había encariñado.Naufragó y un día después llegó como pudo a la costa. Extenuado, gente local le dio comida y reposo. Volvió a España y contó la experiencia en un libro al que tituló igual que a su ex embarcación, “Aislado”.
Poco antes, Quico (Santander, 17 de diciembre de 1970) había sido uno de los tantos periodistas despedidos de Telemadrid. Con su cuenta bancaria en merma constante y sin trabajo, intentó generar proyectos laborales. Ninguno prosperaba. Hasta que decidió hacer redituable su pasión: el mar.
Es deportista, navega desde los 7 años en el Cantábrico, cuenta desde Madrid, donde vive y conduce el programa deportivo “Aquí en la tierra”, en la TVE. Los temas son medio ambiente, gastronomía, naturaleza y experiencias marítimas. Además sale a navegar. “Me acabo de comprar un velero de los años 70. Cuando vengas a España nos vamos a navegar”, invita desde su casa. También da charlas grupales en las que cuenta su experiencia.
La crisis y un descubrimiento
“Cuando me echaron del trabajo, mi única certeza era que estaba enamorado del mar. Por lo demás, no sabía qué hacer con mi vida”, recuerda sobre aquella crisis.
Compró una embarcación pequeña y planificó 4.500 kilómetros hasta Marruecos. El vendedor del kayak casi se desmaya cuando le contó para qué lo quería. Consiguió sponsors, contactó periodistas para difundir su idea y se compró lo básico para navegar. Un GPS, luces, alimentos en latas, agua, libros y una pequeña computadora. No olvidó llevar papel y lápiz para hacer su cuaderno de viaje.
Allí incluyó sus avances físicos y emocionales. Contrató un entrenador y se preparó para embarcarse con el mejor estado físico posible. Y luego a la mar. Tenía tantas esperanzas y ganas de hacer lo que iba a hacer que se aferró a una frase que jamás soltará: “La fe no se negocia”.
“El de la partida fue un momento de liberación en todo sentido. Intuía que ese viaje cambiaría mi vida. Hoy entiendo que los cambios fueron más de los esperados. Por ejemplo, ahora veo la vida de otra manera en cuanto al trabajo. Más allá del resultado, el éxito estaba en tomar la decisión de partir”, le dice Quico Taronjí a El Intransigente.
Y después: “Uno puede fracasar, pero el fracaso es importante si aprendés”.
¡Ya en el agua!
Lanzado al agua, solitario en medio de la nada, pasaba sus horas pensando, escribiendo, comiendo, controlando baterías de los comunicadores y detalles de Aislado e inspeccionado sus rutas. También charlaba con peces a los que fotografiaba. Hubo, en medio de aquello, un temor que lo rondaba:
“El mayor miedo que tiene uno al partir no es a naufragar o a que todo salga mal sino a que después de semejante esfuerzo no haya una recompensa emocional, un quiebre de conciencia para cambiar el modo de vida que uno lleva. Uno sabe que tiene que haber algo bueno”.
Al límite
La pequeña embarcación -no más de 3 metros- era un escollo en sí mismo: “Sabía que era una locura salir con ese kayak. Pero necesitaba navegar al límite tanto en lo físico como en lo mental.
Quería sentir que en cualquier momento me podía ir a pique. Eso me obligaba a estar alerta todo el tiempo. Me hacía sentir vulnerable, frágil, que es lo que quería”, dice Quico Taronjí.
Pasó días y noches enteras sobre Aislado. A veces sin dormir. En otras, y para control personal, ponía una alarma que le daba sólo 15 minutos para cerrar los ojos. A veces dormía sentado y en ocasiones con las piernas por fuera de la embarcación.
Pero, por seguridad, siempre sujeto a Aislado. En ocasiones, exhausto, paraba en un puerto y pasaba unos días en algún hotel. En esas habitaciones entendió el valor de una buena ducha o un colchón con sábanas limpias. También disfrutó de desayunos y de personas que le acercaban una palabra de aliento o le daban su amistad.
“En el fondo lo que cuento es la historia de un tipo que no sabe qué hacer con su vida y decide intentar averiguarlo desde su pasión absoluta, que es el mar. Es bueno que muchas personas se reconozcan en mi historia. Lo que hice fue experimentar con mi vida, lo que me lleva a descubrir, a aprender”.
Los errores
Ya desde la partida Toronjí descubrió errores. No controlar un tornillo, por ejemplo, produjo una rotura que lo obligó a buscar su repuesto en uno de los puertos. De todos modos, siempre apuntó a las soluciones en vez de recriminarse.
“Si uno quiere estar fuerte hay que mantener una unidad con uno mismo. Si no te unes a tí mismo no puedes resolver problemas. Todo lo que fuese echarse la culpa significaba perder fuerzas y no aportaba nada. Siempre hay que pensar en lo que sigue. Los discursos internos nocivos no aportan.
Antes de este viaje, cuando hacía un proyecto y las cosas no salían bien, me culpaba, tenía demasiada autocrítica. Me comía la cabeza. No digo que esté mal la autocrítica, sino que no es saludable cuando esa autocrítica va demasiado lejos.
En los momentos de estrés lo que me funcionó fue pensar en soluciones a los problemas y no en temores ni dudas ni intentos de culparme por decisiones erróneas”.
Olas enormes
Al 10 de noviembre de 2013, cuenta en su diario de viaje, Quico Taronjí había navegado cerca de 1.800 kilómetros. Soplaba un fuerte viento y aparecieron olas enormes. Cayó al mar pero se repuso. Otra vez el clima lo castigó. Aislado no salió indemne de la situación: se le partió una pieza y después otra y así. Pidió ayuda por radio pero dada la hora y el clima le informaron que no era posible.
Fue entonces cuando entendió que estaba librado a su suerte. Nadie podía hacer algo por él.
Todo dependía de sí mismo.
Para colmo, unas horas después se le rompió el timón. Ya ni eso. El mar hizo el resto y como pudo llegó a tierra.
“Cuando pasó lo del naufragio sabía que se terminaba la aventura. Desde ese momento tenía que salir la ganancia tan buscada. Pensaba más en eso que en la posibilidad de morir”, dice Quico.
Y agrega: “No quise solemnizar el momento. Era consciente de que estaba en peligro pero no quise revestir el momento de esa peligrosidad, porque me iba a impedir hacer bien las cosas. Hay siempre una parte de mí que es optimista. Quitarle tensión a lo que ocurre hace que las cosas sean más fáciles”.
Cuando pudo caminar en la costa encontró los restos de su embarcación. Vio a dos personas a las que pidió ayuda.
De poco le serviría: acababan de saquear sus pertenencias entre lo que quedaba de Aislado: pasaporte, computadora, radios. Los corrió pero escaparon.
De todos modos, también hubo de la otra gente.
La esperanza de la ayuda de la gente
Le invitaron a una casa humilde en la que le dieron comida, ducha, cama y algo de dinero. Y recuperó sus bienes. “La gente siempre es lo mejor de la vida. En todos los ámbitos.Lo que pasa es que este mundo nos han enseñado a ser desconfiados. Estamos cansados de que algunos nos tomen el pelo y tenemos miedo a saltar sin red, a dejarnos ser en manos de los demás. Pero cuando eres auténtico, también los demás se muestran así. Se establece una relación de mutua confianza entre el viajero y quien le recibe que es muy auténtica, sólida, veraz”.
Se despidió de lo que quedaba de su embarcación (“no me la podía llevar porque era muy grande, así que no sé qué fue de ella”, cuenta a El Intransigente) y se subió a un avión rumbo a España, donde lo esperaba una nueva vida.
La constancia de Quico y el no claudicar nunca
Dice que a pesar de lo sucedido su amor por el mar no claudicó:
“Siento por el mar una pasión enorme, un amor profundo y sincero. Y mucho respeto. El mar me recuerda a la vida: tiene la capacidad de cambiar constantemente.
Te puedes levantar un día y el mar está calmo y de pronto no sabés cómo estás metido en un mar ofuscado, con olas enormes, y no eres capaz de encontrar el momento en que cambió. Eso también le ocurre a las personas. El mar es un símil maravilloso de lo que es la vida. Lo tiene todo. Es la representación en la naturaleza de lo que es la vida. Creo que eso es muy bello”.
Y después de todo eso, escribió un libro.