Lucas, el náufrago que luchó contra olas de 8 metros y sobrevivió a todo
Iba en un pesquero marplatense que se hundió en Chubut hace 8 meses.
Perdió a 10 compañeros. “No pude ayudarlos”, dice. Y cuenta su odisea.
Lucas: “Yo soy un milagro”
Mar del Plata
La primera imagen del naufragio que guarda de aquella mañana el marinero Lucas Trillo es la que observó desde el puente de mando: la popa del barco muy recostada sobre estribor (a la derecha), al ras del mar. Inmediatamente entendió que el hundimiento era inminente. “Se va”, pensó. ¿Cuánto más podría soportar el barco en la superficie, escorado como estaba, aguantando el castigo de un mar infatigable, los golpes de olas de ocho metros y el azote del viento cruzado?
El capitán Gustavo Sánchez permaneció abordo todo lo que pudo haciendo vanos intentos para enderezar el barco, hasta que dio la orden de activar la balsa salvavidas. Trillo cortó el último cabo y la balsa naranja se infló, los tangones –brazos de acero que el barco tiene a los lados para izar las redes de pesca– la aprisionaron y la hicieron inabordable. El barco se fue a pique en pocos minutos y con él sumergió la balsa.
Todos los hombres, los doce marineros del pesquero marplatense El Repunte debieron saltar al mar en medio de la tempestad que el 17 de junio del año pasado se había desatado a 30 millas de la costa de Rawson, en Chubut. Aunque intentaron permanecer cerca, lo más juntos posible, la marejada los separó en un instante y se llevó diez vidas. Sólo dos hombres sobrevivieron, uno de ellos es Trillo, de 35 años, que fue rescatado más de cuatro horas después cuando flotaba a la deriva con un salvavidas circular y una tabla amarrada a los brazos
“Un milagro, no le encuentro otra explicación”, dice a ocho meses del naufragio.
“Nadé, nadé, no me quedé quieto nunca, era patear y usar la tabla como timón. Y desafiarlo: no me vas a llevar así nomás. Yo no me iba a entregar. Pensaba en mi hijo, mi esposa, mi mamá, la mente puesta en Dios. No podía rendirme”, cuenta de esas cuatro horas largas a la deriva en el agua helada del Atlántico Sur, viendo de vez en cuando pasar por encima suyo al avión de Prefectura, que había iniciado la búsqueda, y nunca lo vio.
“Los pesqueros son una trampa, están emparchados y parecen submarinos”
“Es que yo no tenía chaleco salvavidas, que es naranja. Tenía uno circular que estaba desteñido, y una remera negra. Estaba de remera y en calzoncillos, no me iban a ver nunca. De nada servía gritar, agitar los brazos”.
El Repunte se hundió a las 9.30. Cerca de las dos de la tarde, el pesquero María Liliana, que había recibido el alerta y estaba cerca de la ubicación del naufragio, lo descubrió a Trillo entre las olas.
“De pronto apareció un colchón de goma espuma flotando, algo insólito porque debería haber estado hundido, y nadé hasta agarrarlo. No se veía nada, al barco lo tenía como a doscientos metros y de pronto, gracias a Dios, vi que ponía rumbo hacia donde estaba yo”.
Ya sin fuerza, intentó trepar por la soga que le habían lanzado desde la cubierta, pero cayó al mar. Estuvo a centímetros de ser aplastado por la proa del barco que cabeceaba en el oleaje, y perdió el conocimiento. Dos marineros se lanzaron para rescatarlo. Trillo recuperó el conocimiento cuatro horas más tarde.
A Julio Guaymas, el otro sobreviviente, de 39 años, lo rescató el helicóptero de Prefectura, también poco más de cuatro horas después del hundimiento. Ambos están bajo tratamiento psicológico.
Los familiares de los demás marineros (tres fueron hallados sin vida: Silvano Coppola, de 59 años, primer oficial de máquina; Jorge Luis Gaddi, de 47 años, engrasador, y José Ricardo Homs, de 57 años, marinero; y otros siete desaparecieron en el mar: Horacio Airala, jefe de máquinas; los marineros Néstor Paganini y Claudio Islas; los engrasadores Fabián Samite e Isaac Cabanchik; José Omar Arias, primer oficial de pesca, y Gustavo Sánchez, el capitán), sostienen un fuerte reclamo de justicia: llevan adelante una campaña para que no ocurra #ningunhundimientomás.
Hicieron múltiples marchas para pedir que el buque sea reflotado –fue localizado a 53 metros de profundidad– y demostrar que se hundió porque había sido “emparchado”, que le soldaron un chapón en el casco para apurarlo para la campaña de langostino y que no soportó el temporal.
Para Trillo el hundimiento ocurrió porque se abrió un rumbo (como llaman a una entrada de agua en el casco) en la banda de estribor y de ese lado no había ninguna soldadura, como la que tenía de babor. “El barco estaba en condiciones, ninguno de nosotros hubiese salido si el barco no estaba bien”, repite en la charla con este diario lo mismo que declaró en la causa judicial que investiga el hundimiento, lo que le valió la enemistad de algunos familiares de sus compañeros: “El mar fue más fuerte y se llevó a un montón de amigos, pero el barco estaba bien”.
Trillo entiende que fue una sucesión de desgracias lo que ocurrió. El temporal, el rumbo que se abrió, la balsa que se enganchó en los tangones (luego zafó y salió a flote, pero ya ninguno pudo alcanzarla aunque la veían a unos cien metros), además de la negligencia en que se mueve el mundo de la pesca.
El Repunte, de 32 metros de eslora, había sido botado en septiembre de 1965. Cuando se hundió cumplía 52 años, lo que puso en debate la renovación de la flota pesquera: de acuerdo a datos publicados por la revista Puerto, el promedio de antigüedad es de 36,6 años. La flota fresquera de altura es la más vieja, con 53,49 años de antigüedad. Aunque por ahora es solo un debate.
Desde aquel día, Trillo prefiere no pisar el puerto. Dice que no es el mismo desde aquella trágica mañana. “Lo peor es estar sólo”, murmura, y cuenta que lo visitan a menudo las imágenes y voces de aquella mañana cuando el mar se llevó a sus compañeros. “Vi sus cuerpos flotando cerca mío, escuché sus gritos pidiendo auxilio… y yo no podía hacer nada”.