HomeINTERÉSNaufragios. Sesenta y seis días a la deriva.

Naufragios. Sesenta y seis días a la deriva.

La historia de Marta Miguel y David Hernández, los dos españoles desaparecidos en aguas Malasia durante 10 días, evoca el relato de otros náufragos que lograron escapar de la tragedia. La odisea del matrimonio Butler, que comenzó con una ballena y que se prolongó durante dos meses en un trozo de lona, es una de las más célebres.

Simone y William Butler, un matrimonio norteamericano con residencia en Miami, decidieron emprender una vuelta al mundo a bordo de su velero de 12 metros de eslora; pero su anhelada travesía terminó algunos días después de haber entrado en el Pacífico a causa del tremendo golpe que les dio una ballena piloto.

Eran las cuatro de la madrugada cuando escucharon los primeros ruidos. William salió a cubierta y pudo ver a dos monstruosos animales de más de 2.000 kilos cada uno que peleaban entre sí. En segundos, uno cambió de dirección y embistió al velero. Fue un golpe tan brutal que ocasionó una enorme vía de agua lo que provocó que la embarcación se hundiese en pocos minutos.

Los Butler protagonizarían una odisea sin precedentes a bordo de su pequeña balsa salvavidas de apenas dos metros cuadrados, en la que habían logrado introducir latas de conserva y unos bidones de agua, además de algunos efectos personales. Cuando naufragaron estaban a 2.000 millas (4.000 kms.) de la costa más cercana.

Varias veces fueron atacados por tiburones hambrientos que pincharon uno de los flotadores de la balsa

Las dos primeras semanas las pasaron animados con la esperanza de que pronto podrían ser rescatados por algún otro barco. Sin embargo, dos mercantes que se les acercaron hasta muy pocos metros pero no les vieron por no ir nadie de guardia. Fue entonces cuando comprendieron que para superar la desesperada situación en la que estaban debían hacerlo con sus propios medios. Así que comenzaron a racionar las provisiones, pescar y recoger agua de la lluvia con un trozo de lona. Varias veces fueron atacados por tiburones hambrientos que pincharon uno de los flotadores de la balsa.

Para ahorrar energías, permanecían todo el día tumbados dando cabezadas, pero cambiando constantemente de postura para que las úlceras que les producía el agua salada no se infectasen. Tenían un juego de damas que, según dijeron más tarde, les ayudó a no enloquecer.

Tras permanecer cincuenta días divisaron las características nubes que se forman sobre las islas. Pensaron que podía tratarse de Cocos (Australia). Durante cinco días trataron de acercarse a ella remando con las manos, pero la marejada y los caprichos de las corrientes les obligó a pasar de largo. Pero no se dieron por vencidos. Mientras uno debía inflar la balsa cada media hora, el otro sacaba el agua que entraba por un fondo demasiado desgastado, al que habían tenido que coser varios parches.

Tenían un juego de damas que, según dijeron más tarde, les ayudó a no enloquecer

El día 65 William contó: «Se nos aproximó un tercer mercante, sin embargo, a pesar de que unos marineros nos hicieron gestos con los brazos, pasaron de largo. Mi mujer se puso a llorar. Yo traté de consolarla diciendo que era mejor que no nos hubiera rescatado pues llevaba bandera de Japón y ese no era nuestro destino».

El carácter alegre y optimista de este gran marino sería la razón fundamental para que lograsen superar tan terrible prueba. Al día siguiente, tras permanecer más de dos meses a la deriva en un trozo de lona, fueron rescatados por una patrullera de Costa Rica a la que había avisado el mercante japonés. Conducidos a un hospital, les trataron con suero y les curaron las yagas que cubrían sus cuerpos. Habían perdido cerca de 25 kilos cada uno. «Fue una buena forma de adelgazar», diría William en rueda de prensa aunque «no se la recomiendo a nadie».

Es muy difícil prever el ataque de uno de estos enormes mamíferos, pero se ha demostrado que los barcos que llevan su carena pintada de un color muy oscuro están más expuestos, pues los confunden con los lomos de otras especies. Por ello, los pescadores profesionales pintan sus carenas de granate y verde. La experiencia les ha demostrado que, cuando lo han hecho de oscuro, los bonitos no pican. Tampoco es una buena idea acercarse a jugar con estos poderosos animales, es mejor disfrutar de sus evoluciones en la distancia. Y si se aproximan demasiado, el ruido del motor los mantendrá a distancia.

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