El fallido viaje a la Antártida del “Karpuj”, el barco científico chileno que no pudo cruzar el Mar de Drake
Karpuj. Había sido por 30 años una patrullera de la Armada, pero a fines de 2013 el Instituto Antártico Chileno la adquirió en $15 millones. Luego de dos años de profundas modificaciones, que elevaron el proyecto por sobre los $1.500 millones, la nave regresó al agua, pero la Armada no le dio la licencia. Hasta el verano pasado, el barco no había cruzado a la Antártica. Lo más cerca que había llegado era a Puerto Williams.
Martín González, indígena de origen yagán, abre sus brazos y simula planear como un ave. Felicia González, su señora, descendiente kawésqar, le sigue desde atrás. Al frente está el intendente de la región de Magallanes, Jorge Flies, el director del Inach, José Retamales, y las autoridades de la marina y la Fuerza Aérea. Todos con los brazos abiertos simulando volar. Mientras planean en sus puestos, suena la voz de Úrsula Calderón, una de las dos descendientes yaganas que sabían hablar esa lengua y que falleció en el 2003. El canto que interpreta se llama Pusani, que significa ‘travesía al Cabo de Hornos’.
La performance está cargada de simbolismo. Es la manera en que los indígenas han decidido bendecir al primer barco científico chileno que viajará a la Antártica, el proyecto estrella del Instituto Antártico Chileno -Inach- desde hace 5 años, y tal vez el más ambicioso desde su fundación hace ya medio siglo. Es el 17 de diciembre de 2015. La nave se llama Karpuj, que en lengua yagán significa ‘albatros de ceja negra’, pájaro que sobrevuela el Mar de Drake hasta en las peores tempestades, tal como se espera que lo haga el barco. El bautizo da inicio a la 52 Expedición Científica Antártica. “Es la primera lancha con posibilidad de desarrollar ciencia a bordo que va a tener el Instituto Antártico a partir de esta temporada”, dijo Félix Bartsch, ingeniero naval a cargo del proyecto, luego que la lancha cayó al mar.
La Karpuj era una embarcación que la Armada había dado de baja, luego de tres décadas de servicio. Una lancha patrullera en la que el Inach había invertido 1.200 millones en reparaciones y modificaciones, para adaptarla a los requerimientos científicos y a las condiciones del mar de Drake. Pero las cosas no salieron como estaban presupuestadas. En los días siguientes a su botadura, la Karpuj nunca dejó el astillero de Asmar, en Punta Arenas. La nave no estaba autorizada para zarpar y tenía al menos 40 observaciones levantadas por la tripulación. Daniel Téllez, socio de la contratista Induflex, empresa que se adjudicó los servicios de tripulación, cree hoy que todo fue parte de un montaje: “el barco nunca estuvo listo. La botada al mar fue para que la prensa tomara la foto. Cuando llegamos, adentro estaba el carpintero haciendo los muebles. El contrato decía que la tripulación tenía que dormir arriba del barco, pero no habían camarotes, luz, agua, cocina, nada”, recuerda.
Según el programa científico del Inach para esa temporada, el viaje de la Karpuj consideraba cruzar el paso Drake, para arribar a Bahía Paraíso y a la base Yelcho. Allá, los dos laboratorios con los que estaba equipada –uno seco y otro húmedo-, serían esenciales para el trabajo de cinco proyectos científicos. Para eso, el barco debía estar listo durante las primeras semanas de enero, pero la nave no reunía las condiciones de zarpe.
Lo más grave, agrega Téllez, no eran los atrasos en los plazos, sino los problemas técnicos. De todos ellos, el más complejo de resolver era la pérdida de estabilidad. “Cuando les mostré los planos de la embarcación, la tripulación no quería aceptar el trabajo. Era como cruzar en un yate. Les tuve que subir los sueldos y al final lo vieron como un desafío, por el amor a navegar que ellos tienen. Creían que era importante ser parte del primer barco científico chileno”, explica.
Fue allí que empezaron los problemas entre la tripulación y el Inach. Según Téllez, porque “a las autoridades del proyecto no les gustó que criticaran tanto la embarcación”. Un tira y afloja que se zanjó a fines de enero de 2016, cuando la Armada finalmente no le dio permiso al barco. Puso reparos en la estabilidad. La Karpuj debió volver al dique y el emblemático viaje fue cancelado. Antes que eso ocurriera, el Inach intentó salvar la operación por todos los medios. Téllez recuerda que les propusieron que sólo la tripulación llevara el barco y que los científicos se fueran en avión hasta la Antártica, y allá lo abordaran. Propuesta a la que él se negó: “siempre les dije que si las condiciones no eran seguras, no zarpábamos. El barco parecía un péndulo en el agua”, agrega.
Desde el Inach acusaron a la empresa de boicotear el proyecto. Pese a eso, debieron cumplir con el contrato: 117 millones de pesos en cuatro meses en los cuales el barco no navegó ni un día. En todo ese tiempo, la tripulación sólo se dedicó a corregir errores. “Si esta lancha la quieren para navegar en los canales, no hay problemas, pero cruzar el Drake es otra cosa. Yo creo que este barco nunca llegará a la Antártica”, concluye Téllez.
La Karpuj se pasó todo el 2016 en reparaciones.
EL PROYECTO
El 17 de enero de 2012, la cuestionada embarcación fue protagonista de otra ceremonia. Esta vez de despedida. En ese tiempo tenía otro nombre. Lep Yagán, le llamó la armada durante más de tres décadas, desde que en 1980 fue construida en el astillero Asenav de Valdivia. Durante todo ese tiempo, sólo tuvo dos destinaciones: Puerto Natales en los 80 y Punta Arenas en los 90. Entre las autoridades que asistieron a su ritual de despedida, en el muelle Arturo Prat de Puerto Natales, estaba el gobernador de la provincia de la época, Max Salas, y el gobernador marítimo de Punta Arenas, Erwin Miranda. “Fue una ceremonia muy significativa y tradicional, pero triste porque se dio de baja una unidad que ha hecho mucho por el servicio”, dijo aquel día el marino. En la ocasión, la autoridad aprovechó de presentar las características que tendría la nueva embarcación, que sería de mucha mayor velocidad que su predecesora. “La Yagán era una chatarra”, describe una persona que conoció la lancha mientras estuvo activa.
El barco se pasó más de un año guardado en Punta Arenas, hasta que a mediados del 2013 salió a remate. El 11 de octubre de ese año, el Inach se lo adjudicó por $15 millones. El dinero provenía de un fondo cercano a los $700 millones, que la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (Conicyt) había destinado. Tenían pensado realizar en él uno de los proyectos más emblemáticos de la institución. Para lograrlo había que reconstruir el barco completo. Contrataron a Félix Bartsch, ingeniero naval que con el tiempo se hizo cargo del proyecto, y a Asmar, para que realizara todas las modificaciones que un barco necesita para una misión científica. Reforzaron el casco, instalaron instrumentos de medición oceanográfica, dos laboratorios, y dos sistemas de comunicación. Nada de eso fue suficiente al momento de pasar la revisión. El barco tenía problemas anteriores. “En la armada se burlaban del Inach, no entendían cómo querían pasar el mar de Drake en ese barco”, recuerda una fuente que conoció la historia de la compra.
La cancelación de aquel primer viaje en 2016 fue un bochorno institucional que rápidamente comenzó a requerir respuestas. No sólo porque se habían invertido $1.500 millones, y corregir la estabilidad requería al menos 200 millones más, también por el prestigio y simbolismo que esa embarcación representaba para Chile en sus aspiraciones soberanas en la Península Antártica. “Chile no tiene territorio en la Antártica, tiene una pretensión soberana sobre un territorio que también es pretendido por Inglaterra y Argentina. Es la única parte del continente donde las aspiraciones se superponen. El Tratado Antártico, que entró en vigencia en 1961, dejó en statu quo las reclamaciones de los siete países que disputan territorios en la Antártica por 50 años, y entiendo que eso se renovó por 50 más”, cuenta una fuente cercana a la investigación.
La importancia del Inach radica en aquella controversia. Cada una de las misiones que allí se comandan no sólo se traducen en avances científicos, sino que también en argumentos que a la larga servirán para dirimir a quién corresponde ese territorio. No siempre el Inach tuvo ese objetivo. Hasta antes de 2003, cuando el instituto funcionaba en Santiago, su función era sólo de política diplomática. “Era como una embajada”, explica un extrabajador. Quienes conocen la institución aseguran que el cambio de sede a Punta Arenas, ocurrido ese mismo año, y luego el recambio de dirección, cuando asumió José Retamales, transformó el paradigma.
José Retamales va a cumplir 12 años como director del Inach. La Karpuj era su proyecto estrella. Fue él quien anunció en diciembre del año pasado que las reparaciones en Asmar habían sido un éxito. A mediados de ese mes, participó de la navegación inaugural en el Estrecho de Magallanes. Lo hizo acompañado nuevamente del intendente de la región, Jorge Flies, y Félix Bartsch, líder del proyecto. “Estamos conscientes de que es una nave pequeña, pero es la primera de estas características que va a haber en la Antártica. De todos los países que trabajan en el continente blanco, ninguno tiene una nave como esta, que va a permitir realizar trabajos en aguas interiores, en donde otros navíos no pueden llegar”, dijo Retamales arriba del barco.
La Karpuj, sin embargo, nunca cruzó a la Antártica.
EL FRACASO
La licencia de la Karpuj fue entregada el 10 de enero de 2017. Luego de su primera navegación, la nave había quedado varada en Puerto Williams, esperando la confirmación del zarpe, pero la tripulación no se atrevió a salir. “Estábamos esperando buen clima”, explica José Retamales. Cruzar el mar de Drake dependía de la conjugación de una serie de factores ambientales que permitieran su desplazamiento con seguridad. En eso estaban, cuando descubrieron un nuevo desperfecto, un eslabón del ancla defectuoso. La tripulación se negó a salir si no lo reemplazaban. La maniobra requería llevar el barco a Punta Arenas. “Conversamos con los científicos que estaban en la Antártica y decidimos reparar el ancla y quedarnos trabajando con la Karpuj en Caleta Tortel”, agrega el director del Inach.
Durante la 53 Expedición Científica Antártica, el barco científico que prometía convertirse en un emblema, ni siquiera estuvo cerca de su objetivo. Debió conformarse con una misión menor: navegar por casi dos meses por los canales que unen Caleta Tortel, Puerto Yungay, Puerto Edén y Punta Arenas, hasta que la temporada cerró y debió nuevamente volver a Asmar. Retamales está consciente de las limitaciones que actualmente tiene el proyecto, pero asegura que todo va tal como se pensó: “Para cruzar un mar tempestuoso tiene que esperar que estén las condiciones”, reitera.
La explicación es algo que sigue sin convencer a los miembros de la primera tripulación. Daniel Téllez, el socio contratista, critica la forma en que se abordó el proyecto desde su origen. Sumando y restando –dice- comprar, modificar, y reparar el barco ha salido más caro que adquirir uno nuevo. “Nosotros les ofrecimos la posibilidad de traerles uno por el presupuesto que ellos tenían, que eran como $1.700 millones. Venía hasta con helipuerto, pero dijeron que ya habían cerrado una compra con la Armada”, explica. Retamales asegura que no tenían ninguna posibilidad de acceder a otro buque mejor. “El rompehielos de la Armada va a costar US$180 millones. Nosotros no tenemos ese dinero, esa es la verdad. Hemos construido esto y lo vamos a usar cuando las condiciones sean las apropiadas”, insiste.
El director del Inach deberá dejar su cargo en agosto de este año. Como la nueva campaña científica comienza en diciembre, durante su gestión no verá a la Karpuj completar su misión. Eso, si las condiciones climáticas y técnicas lo permiten. Retamales aún mantiene las esperanzas. En el último tiempo –dice- han debido adaptar el proyecto y reorganizar las misiones. Aún sigue soñando con batir récords: “siempre en la temporada hay cuatro o cinco ventanas de buen clima. Ahí es cuando nosotros vamos a hacer el cruce. Esto es parte de un proyecto mayor. Estamos trabajando con el MOP en la construcción de un muelle en la Antártica. Nuestra ambición es que esta nave quede varada allá durante el invierno, y sea la primera nave nacional que tenga como puerto base la Antártica”, se ilusiona.
Pero la Karpuj aún ni siquiera ha navegado en aguas abiertas. Puerto Williams fue lo más cerca que estuvo de la Antártica: a dos días y medio de navegación para hacer historia.