A bordo de un extenso bote, veinte mujeres reman a la par en las aguas del delta del Tigre y siguen atentas el sonido de un tambor tocado por una compañera. Las “remeras” tienen una indicación expresa: no pueden hablar. El silencio y la concentración deben ser totales. A la vista. la escena puede verse familiar a la de alguna película en la que aparezcan antiguos botes griegos o vikingos, pero no: aquí no hay velas y todo es a fuerza de brazos y muñecas. Una gran cabeza de dragón en la proa, y la cola del mítico animal en la popa, inevitablemente hacen viajar la imaginación hacia China.
Lejos de las tradiciones nórdicas o mediterráneas, la descripción pertenece a un nuevo deporte náutico que por estos días desembarca con fuerza en la Argentina: es el Dragon Boat, una actividad china que, dicen sus fanáticos, tiene dos mil años de historia y que actualmente es practicada por más de 50 millones de personas en 40 países, según la Federación Internacional de Botes Dragon (IDBF, por sus siglas en inglés). Desde hace cuatro décadas, el deporte mantiene una expansión constante, que primero se dio en Europa, luego pasó a Estados Unidos, Canadá y América central y, desde hace cinco años, cosecha seguidores en Brasil.
En nuestro país, fue el entrenador de la selección juvenil de canotaje Julián Algañaras quien primero se vio interesado en estos botes de 12 metros de largo, en donde un capitán marca, con un tambor, el ritmo de las 20 personas que reman, mientras que un timonel dirige la navegación.